
Liderar nunca ha sido una tarea sencilla.
El liderazgo, nació como solución a una necesidad común que compartían la gran mayoría de seres humanos en su origen. La necesidad de los más débiles y expuestos de recibir protección de los más fuertes, para incrementar sus opciones de supervivencia.
En las primeras comunidades los humanos tenían 2 únicas necesidades: la primera era la supervivencia. De ahí que las 2 funciones principales del líder fuesen, primero defender a los suyos de los ataques de tribus enemigas y fieras salvajes, y segundo, garantizar que pudiesen echarse un puñado de alimento a la boca al final del día, para estar sanos y poder satisfacer su segunda necesidad vital: la procreación.
Debido a lo físicamente exigente que era la vida en aquel entonces, sólo los más fuertes y sanos sobrevivían y procreaban. La gran mayoría moría antes de los 15 años, unos pocos lograban alcanzar los 50. La esperanza de vida de un bebé al nacer era de 21 años, y tenía un 36% de probabilidad de morir antes de su primer año de vida. Solo 1 de cada 1000 personas alcanzaba los 80. La gente no tenía tiempo de desarrollar demasiados deseos y aspiraciones.
La genealogía nos dice que una generación abarca un lapso promedio de 25 años de historia, así que, por aquel entonces resultaba prácticamente imposible que más de 2 generaciones conviviesen en una misma época. Sin embargo, gracias a los avances de la ciencia, hoy la esperanza de vida en los países más desarrollados se sitúa por arriba de los 80. Esto ha generado una situación nunca vivida hasta hace unas pocas décadas, y es que 4 generaciones lleguen a coincidir en un mismo entorno y momento histórico.
En paralelo, y según ha ido evolucionando la sociedad, también han ido creciendo las necesidades, deseos y aspiraciones de las personas. Hoy en día la lista ya no es tan básica. Hoy, del líder, se espera no solo que nos proteja de las tribus enemigas y las fieras, sino que nos guíe en el descubrimiento de nuestras motivaciones, nos ayude a satisfacer nuestros deseos y nos facilite el camino que nos lleve a materializar nuestras aspiraciones. Ahí es nada.

Jordi Alemany. Fotografía Manuel Orts.
El problema es que, en un mundo tan complejo, hedonista, abarrotado de oportunidades, y carente de amenazas que pongan en peligro nuestra supervivencia cada día, cada individuo, de cada generación, tiene unas motivaciones y aspiraciones completamente diferentes y en ocasiones, radicalmente opuestas. Por eso resulta completamente utópico pensar que un líder debe ser capaz de motivar y satisfacer las necesidades de todos los que le rodean.
Pensar que una sola persona puede ser capaz de identificar y gestionar las motivaciones y aspiraciones de un grupo tan heterogéneo de personas, compuesto por hasta 4 generaciones diferentes, solo genera frustración, para unos y para otros. Y la única manera de acabar con esa frustración es comenzar a mirar al liderazgo desde otro ángulo.
Dejemos de asumir que el líder debe actuar como el psicólogo, padre, amigo, coach, guía o maestro perfecto. Dejemos de soñar con líderes capaces de resolver todos nuestros problemas. Dejemos de iconizar la figura del líder protector, que nos salva de todos los peligros. El líder no es el genio de la lampara maravillosa al que podemos pedir 3 deseos.
El líder del futuro es un creador de líderes, un facilitador del autoliderazgo y un promotor la inteligencia colectiva, que se lidera a sí mismo, y permite que otros hagan lo mismo, para que, entre todos, y partiendo de la responsabilidad individual, diseñemos un mundo mejor.
Cuanto más idealicemos el liderazgo, más lo alejamos de nuestra realidad. Cuanto más delegamos la responsabilidad de satisfacer nuestras aspiraciones y deseos en terceras personas, más perpetuamos nuestra frustración.
El liderazgo en el siglo XXI comienza por aprender a liderarnos a nosotros mismos, en lugar de esperar que nadie nos proteja de las tribus enemigas o de las fieras. Las amenazas de este nuevo siglo habitan más en nuestras mentes que ahí afuera. El liderazgo comienza en nosotros mismos. Comienza por mirarnos en nuestro propio espejo.
¿Hora de reflexionar?